Uno. Pocas cosas quería más en ese momento que llegar a mi cuarto y tirarme en esa magnífica cama a dormir. Caminaba en dirección a los ascensores cuando escuche ese penetrante sonido que venía del otro lado de aquella puerta de vidrios esmerilados. Una puerta, sólo una puerta separa esos dos mundos. En el lobby del hotel, tranquilidad, silencio, luz tenue, cortesía y gente “feliz”. Del otro lado del vidrio, alboroto, luces intermitentes, movimiento, y el ruido de las “maquinitas”. Monedas que caen contra el metal y se hacen escuchar, maquinas que provocan.
Me acerqué y observé las caras y sus gestos de tensión. Es sabido que las maquinas al final siempre ganan. ¿Por qué tanta obstinación cuando el resultado está cantado? Un golpe de suerte, una mano del azar, una mano de dios. ¿Cuánto pierde una familia por mes enfrentando a esas máquinas?
Dos. El dilema comenzó a perseguirme desde la noche anterior. Ver el partido contra Alemania en el hotel y correr el riesgo de no llegar a mi vuelo (si había alargue no encontraría un remise ni de casualidad) o ver el partido en el aeropuerto. Opté por la segunda alternativa. El remise que pasó a buscarme estaba apurado. Tenía que hacer el trayecto desde el hotel al aeropuerto (20 minutos) y regresar a su casa antes de las 11. Eran las 10.25. Durante el trayecto y mientras discutíamos sobre el equipo que debía plantar el Diego, nos pasó por la izquierda una ambulancia que iba a alta velocidad con la sirena y las luces funcionando a pleno. Nosotros sin prestarle especial atención seguíamos discutiendo sobre el equipo ideal. Cinco minutos después, en un cruce de semáforos nos encontramos a la ambulancia que nos había pasado al costado del camino con su frente totalmente destruido, había chocado con una camioneta. Me ahorro el detalle del resto de la escena porque no aporta nada al relato, pero definitivamente esa imagen nos sacó del partido.
El amigo remisero retomando la marcha hacia el aeropuerto: “Qué cosa rara, hace un ratito nomás que nos pasó y estaban todos bien, hace un ratito nomás”.
Tres. En las definiciones por penales el criterio que utilizan los técnicos en general es ir de mejores a peores pateadores. No sirve guardar a los mejores para el final, porque si los primeros fallan es posible que los últimos no tengan la oportunidad de patear. Gyan es el ghanés que perdió la oportunidad de poner a su país en una semifinal. Erró un penal a minutos del final del partido contra Uruguay. Su selección finalmente empató y tuvo que ir a la definición por penales. El técnico de Ghana decidió que fuera el propio Gyan el primer pateador de la tanda de penales.
Gyan convirtió.
Acertar un pleno en la ruleta, pasar por aquella esquina en el mismo instante en que otro conductor no respetó el rojo de su semáforo o patear un penal justo al mismo palo al que se jugó el arquero. Puede pasar. El "puede" implica probabilidad y la probabilidad tiene su propia teoría que se usa para sacar conclusiones sobre la probabilidad de sucesos potenciales. Es cierto, se trata de medir la frecuencia con la que se obtiene un resultado al llevar a cabo un experimento aleatorio. Sin embargo, para ese individuo, para ese único individuo, el que cruza el semáforo en ese instante, el que patea el penal, el que juega a la ruleta, para ese individuo sólo existe su caso, sólo existe el azar.
Publicado por Manuel Sbdar en su blog Management y Negócios
http://weblogs.clarin.com/management-y-negocios/
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